Cuentos para el guerrero II (o de cómo da de sí un armario)

Llevo años viviendo aquí. No sabría decir cuánto porque ya he perdido la noción del tiempo. Hubo días en los que las salidas de la casa eran visibles. Pero poco a poco fui perdiéndoles el rastro y aunque daba vueltas y vueltas en su búsqueda, no fui capaz de encontrarlas…

La primera vez que no pude salir, me aterré. Golpeé, grité, me desesperé… todo sin sentido alguno. Sin respuestas. Porque me encontré sola. Esperé… me hundí… me resigné. Creí que el fin era lo que me había pasado, pero no. Sólo la soledad inconsolable. Que no tenía fin…

Primero, me mantuve por los lugares conocidos, los que la rutina había estipulado como politicamente correctos. La planta baja era mi habitat: cocina, living, algunas habitaciones… Después, en un esbozo de espíritu rebelde, creí sentir el goce de la libertad y me lancé a la exploración.

A partir de allí, vagué por esta casa, reconociendo cada una de sus aristas.
Los días buenos, me acomodaba bajo los rayos de sol que entran por el gran ventanal de la escalera. Allí, leía por enésima vez los pocos libros que encontré en una destartalada estantería. O dibujaba en el polvo formas cada vez más abstractas (mis recuerdos sobre el mundo exterior se han ido nublando…) y él vuelve a cubrirlo todo, en un juego incesante que creo que alguna vez vi hacer a las olas…

Los días malos, el sótano es mi refugio y más específicamente un rincón donde quepo perfectamente y me adormezco para mitigar mi corazón y esperar el lento paso de las horas.

Sin embargo, hay un cuarto al que aún tengo recelo de entrar. Hoy me he aventurado en su interior (antes sólo me asomaba) y me ha llamado la atención un ropero que hubiera jurado que antes no estaba allí…


Estaba cerrado y pude comprobar que ya no soy la joven fuerte que solía ser como para forzarlo. Así que luego de una requisa minuciosa, di con una llave… Una hermosa pieza de metal labrado. Simula un hacha, antigua… digna de un guerrero vikingo.

Desde que la ví, decidí que la llevaría conmigo, sin importar si alguna vez encontraba la puerta a la que estaba destinada.

Pero la suerte me sonrió esta vez y la llave era la elegida. Nunca esperé ver lo que se presentó ante mis ojos. Parecía como si todas las puertas que alguna vez estuvieron abiertas estuvieran en ese mismo punto. Incluso muchas, desconocidas, que daban a lugares nuevos y fascinantes para mí.

La luz que salía del ropero era deslumbrante. De pronto recordé la vividez de los colores, que el polvo me había arrebatado y me sentí mareada de emociones. Casi no pude controlarlo. Casi pierdo la poca cordura que me quedaba y pensé no poder soportar tanta adrenalina.

Algo dentro mío me llevó a empuñar la llave y apretarla fuerte en mi mano. Me sentí segura, protegida…

Y es así como me adentré en esta jungla de infinitos destellos. He encontrado paz, un remanso anhelado. Es como si los espíritus que aquí habitan me hubieran estado esperando a través de numerosas vidas y universos paralelos.

Aquí me voy a quedar. Aquí es donde me encontrarán si me buscan… Por favor, no me busquen. Les dejo la casa y sus soledades inconsolables.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Yo y todas

Día desatroso... buen augurio

Llegaron las vacaciones... (ese momento en el año donde la gente se vuelve más monstruosa de lo que ya es...)