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Mostrando entradas de enero, 2009

Yo y todas

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Siempre están ahí... Agazapadas... Otras ocupando mi lugar, acompañando, observando, juzgando. Ella es la más cruel. Es fría y manipuladora. Nunca está quieta y su diversión es rondarme con su risita burlona. Me ve caer, humillarme y lastimarme soltando carcajadas y señalándome con su dedito. No se da cuenta que si me hundo, ella se hunde conmigo. Ella impulsó mi decisión de no mostrarme vulnerable "nunca más!". Y no por miedo a los demás, a los de afuera. Miedo a asomarme a ese abismo y sólo escuchar su risa amarga... La otra es una etérea presencia, frágil e indefensa. A veces puedo sentir cómo se acerca y posa su cabeza en mi hombro muy suavemente mientras solloza como una niña pequeña. Su manito acaricia mi espalda, intentando consolarme... No se da cuenta que si se hunde, me hundo con ella. Ella alimenta los deseos de quedarme en un rincón, inmóvil, pasando desapercibida entre un paisaje que me cubra y disimule, hasta que se haya extinguido todo recuerdo de mi existencia

Gonna have to face it, you're addicted to love...

Nunca se sintieron víctimas de adictos al amor? O lo fueron ustedes mismos? Así, como Palmer lo describe... Ven una señal y se lanzan a la caza de los incautos que no los ven venir... No parece posible, pero el amor me hace desaparecer. Este tipo de amor, de cariño, de estima de... "no le pongamos palabras"... A las palabras se las lleva el viento, de eso estoy segura. Lo que quedan son los sentimientos, esos que nos estrujan a veces el corazón. Con los adictos al amor sólo me encuentro en guiones, en actitudes, en situaciones preestablecidas, pero no estoy yo. Y al parecer nadie me echa de menos... Sólo requieren mi presencia para completar la imagen. Tienen intereses ocultos, metas autoimpuestas y amores verdaderos inalcanzables... Hoy toca jugar de placebo... No me gusta ese rol. Pero quizás a todos nos toque jugar hoy el mismo papel. Y como a las palabras se las lleva el viento, hoy puedo decirte que te quiero.

Llegaron las vacaciones... (ese momento en el año donde la gente se vuelve más monstruosa de lo que ya es...)

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Durante tres años pude mirar el mar cada día, y nunca lo he visto más hermoso que en invierno. Solitario, calmo, imponente. Me hipnotizaba perder la vista en algo tan vasto... Las únicas veces que nos hemos encontrado él y yo, fue bajo la luz de la luna, discreta, cuando el calor acumulado de una larga jornada me obligaba a sumergirme en su espesura negra, misteriosa y atrapante. Hace unos meses tuve la oportunidad de volver a ver el mismo pedacito que me había acompañado en un tramo de mi camino... Hice una excepción y me aventuré en las arenas que lo preceden... Enero (o Julio, dependiendo del hemisferio en que nos encontremos) trae un ir y venir de ojotas, sombrillazos, reposeras y toallas olorientas de humedad. Olor a crema y sal que se adhiere al cuerpo... Arena que se cuela allí donde no es querida ni requerida (y que no hay forma de sacar, ni con chorros a presión, de esos que se usan para limpiar antiguas catedrales...) Y trae algo que ninguna fuerza del universo puede evitar: