Era tan pobre que sólo tenía dinero...





Era una princesa... sí. Pero al final del día sólo era eso: una princesa. Sin importar la confianza que depositara en los demás, ni todos los bienes que repartiera, siempre sería lo mismo: diferente.

Siempre vulnerable a la herida ajena, siempre disponible a los requerimientos de quienes fingen ser sus amigos. Siempre dispuesta a dar hasta lo que no tiene, desde lo material a lo intangible, por los juglares que se acercan y le muestran sólo una falsa mueca risueña.

Tiempo, tiempo, lo que más le falta, pero siempre es capaz de sacar un minuto de su corona enmohecida. Qué pasa cuando quiere tiempo de los demás? Nada pasa. He ahí su pobreza. Es pobre del tiempo ajeno. Es pobre en oídos que sean sensibles a sus palabras y que tengan la voluntad de reconfortarla.

Los oídos están cerrados, pero las bocas de los nobles están siempre dispuestas a parlotear. Y cuando se cansan de hacerlo, el monólogo terminó. "Para qué sirve esta princesa engreída y acaparadora?" "Qué obligación tenemos para con ella??" "Cree, acaso, que tiene poder sobre nosotros?"

No, no lo cree. Intenta cada día que su corazón no se endurezca a cada paso en falso que da, entregando un poco de su corazón a quién se regodea en pisotearlo. En olvidarla ante cualquier curva del camino. A interrumpirla incesantemente cuando ella sólo necesita desnudar su alma y que alguien le diga que vale la pena. Alguien que le diga que al final del día puede ser querida como cualquiera y que no hace falta que surque mares insondables hacia tierras de soledad y desarraigo.

Y por un momento tuvo el coraje de creer. Aún cuando venía arrastrando su espíritu con ruido de cadenas, dejó a las sirenas cantar su canción. Y tuvo a mal escuchar a aquella que le cantó diferentes melodías, todas igual de atrayentes, pero que al final sólo escondían una traición: la de la indiferencia y el olvido. Sin duda no sería la primera, ni tampoco la última pero sí la doblemente dolorosa. La que la llevaría a quemar de nuevo sus naves. Todo un ejército ardiendo mientras se desvanece en el horizonte de las aguas que pronto la separarán de su reino.

(Lo que la sirena no sabe, es que también es pobre. Y no de dinero, como cree, mientras se autocompadece. Y es pobre de la peor de las pobrezas... la de espíritu, esa que también lleva irremediablemente a la soledad...)

...

Era pobre. Más pobre que ninguna. Sólo tenía dinero. Sólo tenía su ser para entregarse y evidentemente éste tampoco valía de mucho, ni era suficiente para quienes viven en la ambición de los demás.

Todos sabemos el final de la historia. La princesa muere en soledad, con un corazón harapiento y vuelta al polvo. Polvo que rápidamente se quita con un plumero.

Ashes to ashes, dust to dust.

Comentarios

Mariana ha dicho que…
Este relato definitivamente me ha gustado por varias razones, principalmente por lo que me lleva a pensar y luego por el modo en que están escritas las cosas en él, un narrador que aparenta ser omnisciente pero que está claramente situado en el punto de vista de la princesa.

Acabo de terminar de leer un libro que me dejó la misma sensación, hablaba, entre otras cosas, de una princesa también, una princesa que igualmente termina muriendo en soledad, pero el punto de vista de este relato es el de un enano, el enano del príncipe, un enano lleno de ira y de un hermoso sentimiento que va del amor al odio por la princesa a lo largo de la historia. Se llama "El Enano", el autor es Pär Lagerkvist. Es literatura sueca, pero sé que hay una edición castellana, te lo recomiendo.
Anónimo ha dicho que…
MUY BUENO

Lainez

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